sábado, 13 de julio de 2019

ESCALERA HACIA EL CIELO.

    Dijo Benjamín Franklin que "La democracia son dos lobos y un cordero votando sobre qué se va a comer. La libertad es un cordero bien armado impugnando la votación."

Estas consideraciones aún no pululaban por mis entendederas en 1.982. Fue un año en el que estrené mayoría de edad y carnet de conducir. Reestrené de paso una vieja furgoneta Ebro, con la que me puse en un plis-plas en Madrid. Fui al difunto estadio Vicente Calderón a oír a los Rolling Stones.

Fue un concierto memorable, bajo una tormenta atroz, que parecía diseñada al detalle por un genio de los efectos especiales. La lluvia, la música, los miles de globos que cayeron de pronto sobre un público absolutamente entregado y poseído, rayos y truenos... ¡Una orgía de luz, sonido y emociones!

Recuerdo, a la salida, ir a buscar un baño. No podía entrar. Había una unidad de emergencias atendiendo a una chica que se encontraba mal. Murió más tarde, según me dijeron, de una sobredosis. Cuando por fin pude acceder a uno de los servicios, me encontré camisetas y otras prendas más íntimas, con el Naranjito impreso y, abandonadas por todas partes, infinidad de jeringuillas usadas...

En ese instante una certeza, difusa e inconcreta aún, se instaló en mi para siempre: la constatación de la enorme capacidad que tiene "el poder" para institucionalizar las revoluciones y sacar tajada del proceso. En ese momento comprendí que, desde la "rebeldía" de consumir drogas, a oponerse al arte "formal", o cuestionar cualquier principio de autoridad y proponer fórmulas alternativas en la política, la sociedad o la supervivencia, terminaba siempre engrosando las abultadas cuentas corrientes de obscuros personajes. No eramos más que unos corderos proponiendo a los lobos un menú alternativo...

Pero aún había rebeldía, deseos de mejorar. Hoy, en cambio, solo veo miedo y docilidad. Nunca antes los jóvenes, se habían sumado tan fervientemente a todas y cada una de las "luchas" que se diseñan desde los despachos que, a su vez, crean la injusticia que se pretende combatir. No es asunto baladí que las ONG´s sean  el 8º motor económico mas poderoso del planeta. Tampoco es gratuito recordar que en la financiación de muchas -las mas poderosas- el peso de las subvenciones de los gobiernos es muy importante. Sin olvidar las directamente financiadas por grandes empresas y corporaciones.

Pero... ¡ojo! no podemos subestimar su importancia: su trabajo en sectores donde la Administración no llega -porque no puede o no quiere- se ha convertido en vital para "coser" las heridas sociales, ambientales o personales  que deja el progreso en su imparable camino. Aún así, debo tener claro que, en multitud de casos, el círculo esta perfectamente diseñado, cerrado y ensamblado: los que crean el problema, financian a quienes lo arreglan -nunca del todo-, obteniendo una impagable publicidad y, lo más importante, se constituyen en "sacerdotes" de un nuevo culto: el bien común... Si. sacerdote de una nueva religión en donde las "verdades morales" surgen del consenso -nadie sabe entre quienes- , no del estudio, la experiencia, la reflexión y la investigación.

Estas premisas son asumidas por los gobiernos sin rechistar, dedicando ingentes cantidades de dinero y recursos, censurando duramente al discrepante y olvidando el detalle de la experiencia humana: todo progreso ha sido siempre impulsado por quien discrepa de lo establecido. Porque el que discrepa, nos asusta. Nos remueve la comodidad de nuestras opiniones. Opiniones que ya se nos dan precocinadas y hasta precalentadas en las obscuras cocinas de los grupos de poder.

Voy a hacer memoria. El pescado azul, la carne de cerdo, el fin del petróleo, el holocausto nuclear, la superpoblación del planeta, la capa de ozono... Se me ocurren muchas más. Pero basten de ejemplo para resaltar lo que tienen en común: dan miedo. Y con un pueblo asustado se pueden implementar políticas, prohibiciones y expropiaciones del trabajo, que personas libres e informadas jamás aceptarían. Por eso siempre es conveniente seguir el rastro del dinero. Porque quien paga, manda.

Yo, aquel día del ´82, salí un poco insatisfecho del "Satisfaction" de los Rollig Stones. Porque parecía todo dirigido y manipulado y, aunque yo no hacía demasiados ascos por aquella época al "sexo, droga y rock´n roll", no podía dejar que la muerte de aquella chica, no tenía nada de sacrificio, ni de heroico, ni llevaba más que al abismo de los idiotas. Por eso prestaba mas atención a gente como Led Zeppelin: ellos me contaban la historia de una chica tan rica que creyó poder comprar una "Escalera hacia el Cielo". Lo que encontró fue que hay dos caminos y que, si se está vivo, siempre se puede cambiar de ruta. No quise nunca más que mi vida fuese una piedra rodante: me puse en el trabajo de ser, en cambio, una roca firme. Pero eso ya son historias para otros libros...










miércoles, 10 de julio de 2019

UN PUNTAPIÉ EN EL ESTÓMAGO.













Recuerdo haber visto alguna vez documentales sobre el entrenamiento de astronautas y similares. De entre las muchas "torturas" a las que son sometidos -acelerados, centrifugados, etc...- siempre me llamó la atención una en la que se simula la ausencia de gravedad. Consiste en introducir a los afortunados en un descomunal avión, hueco por dentro y, tras alcanzar éste una suficiente altura,se deja caer, provocando la "sensación" -y solo la sensación- de estar ingrávido. Esto sucede, a diferencia de una simple caída libre, porque todo a nuestro alrededor, incluso el aire que nos circunda, cae con nosotros, limitando nuestra perspectiva a nuestro medio circundante, que nos parece estático.


Pero no es así.  Porque todo cae. La Luna cae sobre la tierra, la tierra sobre el sol y nuestro sistema solar hacia un terrible agujero negro situado en el centro de nuestra amada Vía Láctea. Nosotros mismos caemos, a veces sin remedio. 

Las galaxias, sin embargo no parecen caer a ningún sitio. Más bien se separan entre ellas a una velocidad endiablada. Y es que resulta que en ese mundillo del macrocosmos, las leyes que lo rigen parecen volverse tan absurdas como en el mundo infinitamente minúsculo de las partículas subatómicas. Será, pienso, porque son aspectos que existen en el mismo género de realidades: el de las realidades no observables y el de las realidades que solo existen cuando son observadas. En esto, una vez más, nos encontramos con esa extraña ley por la que lo pequeño y lo inmenso se encuentran sus sorprendentes semejanzas en las leyes que lo rigen.

Nosotros no. Nosotros, si Dios no lo remedia, caemos. Caemos en un agujero de tiempo, siempre lineal, a la misma velocidad, mientras vemos a nuestro alrededor como pasan las capas de acontecimientos que vamos atravesando. No somos "cuánticos"  ni "multidimensionales " para nada...

Hace poco me encontré con Pepe (voy a llamarlo así). Pepe es un tipo culto, educado, arquitecto de profesión y padre de familia. La casualidad, que es prima hermana de la fortuna, hizo que me lo encontrara en uno de mis paseos por los alrededores de mi ciudad. Porque a mí las ciudades y las personas me gustan así: con alrededores, no con extrarradios

Se hizo el despistado, lo observé y noté un "algo" que no le era propio. Como una capa de barniz sucio y gastado sobre toda su persona. Se había perdido su brillo y estaba como mustio tras los inútiles esfuerzos que gastaba para aparentar ser él mismo. Al final se rindió a la certeza del encuentro -el camino no tenía otra salida- y se dispuso a el. Noté como tiraba una lata junto a una pequeña escombrera y, en principio, no me suscitó curiosidad. Cuando se acercó, en cambio, necesité pocas explicaciones sobre su ausencia de los lugares comunes que solemos visitar. Una sonrisa forzada, unos ojos brillantes y perdidos, un olor característico... ¡Noté como un puntapié en el estómago! Pasaron por mi mente todos los momentos de mi bajada al abismo. No sabía que decir. Sólo fui capar de articular un dolorido:
    - ¡Pero Pepe...! ¿Cómo tú...? ¿Porqué no dijiste nada? ¡Vuelve a casa, coño! Sabes que allí te esperamos...

Pepe me soltó una serie frases hechas, de trivialidades, huyendo de territorios comunes, que me confirman su delicada situación. Yo hice lo mismo. Tan solo, al despedirnos, le apreté fuertemente la mano y, mirando a sus ojos vidriosos, remarqué insistiendo:
    -¡...y que no se te olvide, Pepe, dónde estoy ...! ¡Dónde estamos! Allí siempre te espera tu casa.

Si. Pepe está cayendo. Re-cayendo. La recaída es uno de los momentos mas íntimos y personales que puede experimentar alguien. Es un tiempo que le pertenece solo a la persona y, los demás, no podemos hacer nada. Es una lucha atroz y despiadada. Y es a muerte. La recaída no solo es un asunto de ex-adictos. La recaída es un proceso más de los que puede experimentar cualquier persona que quiera mejorarse a sí misma. Que quiera redirigirse a una vida libre, plena y razonablemente feliz.  Recaer en actitudes, pensamientos, creencias o situaciones de las que sabemos el enorme potencial destructivo que tienen, no es más que parte del proceso rehabilitador. Eso sí: hay que ser conscientes de que de algunas no se sale...

Si, Pepe. Vas hacia abajo a velocidad de caída libre. Y el problema es que, al igual que los astronautas en el avión que mencioné, todo tu mundo, tu entorno, tu vida, está cayendo contigo a tu misma velocidad, haciendo imposible la percepción de la realidad. Lo vemos los que estamos fuera del avión...

Párate, Pepe, asómate a una ventanilla y compruébalo. Y después salta del avión aunque eso signifique dejar todo tu "mundo" atrás. Porque "tu mundo", Pepe, es un enorme y lujoso avión sin piloto. Suerte. Te esperamos. ¡Y no te enfades con Newton, ni con la compañía aérea, ni con la agencia de viajes que, al avión, has subido tu solito!















viernes, 21 de junio de 2019

¡HOLA GENTES DE BIEN!

¡Oid churris y churros! ¡Que la vida empieza a los cincuenta! Que hoy, después de unos cuantos meses, me he hecho consciente de la inefable y mística experiencia que supone tener cincuenta tacos. A ver si me explico: es cómo tener otra vez dieciocho, pero con la próstata mas grande, mas pelos en las orejas, menos flexibilidad en las caderas y menos, muchísima menos, paciencia con las gilipolleces...

¿Y sabéis porqué he llegado a tan alta iluminación? Porque estoy cansado de ver a chicos y chicas, jóvenes, guapos, inteligentes, con miles de futuros posibles, que están ...¡Aburridos! ¡Por Dios!

Y me da por sospechar que, o bien hay algo que no estamos haciendo por nuestros jóvenes, o existe una ciencia infusa, tan sólo revelada a los espíritus rebeldes que hemos hecho el gilipollas tropecientas veces en la vida y aprendido de la experiencia. Y para eso se necesitan muchos años...

Si. Hacer idioteces y pagar las consecuencias, sería quizás una asignatura a añadir a los planes de formación, y que se echa de menos. Crea personas fuertes, consecuentes y libres.

Estoy convencido: los cincuenta son una edad ideal para escalar montañas, escribir poemas, hacer negocios, enamorase hasta llegar a la idiotez o cumplir con los sueños de tu juventud. Y esto ocurre porque ya ha dado tiempo para hacer todas estas cosas muy mal y, a la segunda oportunidad, se suelen hacer mejor...

¡Ah, bueno! También creo que el hecho de tener que dedicar tiempo ante el espejo, a desbrozar las narices, las orejas y las cejas, te obliga a ver tus arrugas: las de la cara y las del alma. Y te hacen relativizar el tiempo y el espacio, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, durante todos los días de lo que me queda de vida y hasta que la muerte nos separe de nuestros estúpidos egos... Si. He contraído matrimonio indisoluble con la vida: sólo un abrir y cerrar de ojos entre el nacimiento y la muerte.

Pero he necesitado muchos errores, muchas resacas, muchos desamores, muchas juergas, mucho trabajo y sudor y mucho afán de mi peluquera para llegar hasta aquí.

¡Así que un respeto coño! ¡Ah! Y sed libres, felices y todo eso... Y ahí os quedáis. 

¡Es que me tiráis de la lengua y...!

jueves, 20 de junio de 2019

TRAPOS SUCIOS.



       



       Hay muchas vidas lastradas por la culpa y el miedo. A veces, si conociéramos "aquello inconfesable", el "secreto atroz" que lastra la conciencia de alguien que conocemos, nos desencajaríamos de risa quizás, por lo nimio e inocente que nos parecería el asunto, el supuesto pecado. Pero la culpa, el miedo y la vergüenza son, ante todo, libres. Muy libres. A veces pareciera que son entes de vida propia, que habitan en nosotros sin nuestro permiso y que se alimentan de nuestras esperanzas. De la lucha infructuosa y agotadora contra ellos quedan secuelas: rencor, desconfianza y amargura y, sobre todo, una incapacidad de fondo para perdonar. Y así se cierra el círculo: vergüenza-culpa-miedo-impotencia para el perdón- rencor... ¡que me avergüenza otra vez!


Esta situación se ha descrito y se ha escrito sobre ella, en multitud de tratados académicos, en infinidad de libros de autoayuda y muchos y muy antiguos textos de algunas tradiciones espirituales. Pero mi mamá siempre lo resumió: "los trapos sucios se lavan en casa".  Ahora bien, entendamos la sentencia, porque no se trata de una ocultación vergonzante, un secretismo cobarde o una postura de hipócrita autoengaño. No se trata de taparnos mutuamente nuestras miserias, ni de exponerlas tampoco al morbo público. Se trata de, en nuestra casa -nuestro interior- , hacer esa transformación, esa limpieza, esa purga de emociones destructivas. Nadie tiene que verse salpicado de nuestras amarguras: ni lo entenderían, ni nos aportarían nada. 

¿Recetas? Yo sigo en la ignorancia y, por lo tanto, no puedo honestamente dar ninguna. Si puedo descartar muchas. Por ejemplo, se que sacrificar un pobre bicho, bajo la luna y en determinada combinación zodiacal mientra recito unas invocaciones, no va a funcionar. Es solo un ejemplo, pero habría muchos más. Lo que si descubro en todos los textos, de todas las épocas y de diversas disciplinas, son una serie de pasos comunes, de territorios emocionales a recorrer.

Lo primero, tras examinar mi interior, mis deseos profundos, mi conciencia, es saber si realmente me duele aquello que hice mal. Si me duele su recuerdo, me duelen las consecuencias que trajo para mí y para otros. Porque si tras hacer el mal, si tras el error, no me siento mal, tengo un problema aún mayor... ¡Pero descartemos esto!

En segundo lugar es saber si estoy dispuesto a hacer lo necesario para revertir, en lo posible, el mal causado. A mi mismo y a otros. Si realmente quiero cambiar. Cambiar yo para adaptarme a la realidad, no a cambiar la realidad para que se adapte a mí. Al respecto ya os dije antes que la magia, los talismanes y la fe hueca de contenido no me ayudarán, y además es posible que me hundan más en la distorsión de las emociones.

Una vez que sabemos exactamente cual fue nuestro error y con la determinación de enmendarlo, con alegría, con la felicidad de quien tiene un plan estupendo que sabe infalible me dirijo, ahora si, a comunicarlo: primero al ofendido -sea yo o un tercero- y después a los más íntimos: sea mi pareja, amigo, padres, hijos, terapeuta o grupo de ayuda que, en este caso como en otros, es mas que recomendable. Y aquí entra el perdón. El perdón es fantástico porque lo pido de corazón, con todo mi sentir y.. ¡ya está! El problema está ahora en el otro, que decidirá si me lo da o no. Ya no puedo hacer nada mas. El acto salutífero es el pedirlo. Que me lo concedan o no, es un hecho intrascendente excepto para mi ego que se sentiría ofendido. Pues que se joda: el es la causa de todos mis males.

Y ahora sí, ya que me he perdonado, que me he descubierto, que me he encontrado, también, en la mirada del otro, puedo poner en marcha mi plan maestro para enmendar el daño en lo posible y, además, marcar la piedra que me hizo tropezar, para advertencia de otros incautos como yo. 

Ahora sí, la ropa sucia lavada en casa, limpia, ordenada, se tiende al sol. Ya no hay vergüenza ni pudor. Hay legítimo orgullo y alegría. Todos pueden ver que en mi casa, como en la foto, no solamente se lava muy blanco, sino que está llena de la Esperanza nueva y grande de un bebé recién llegado y que quiero exhibir.

Así, siguiendo la analogía tan socorrida, cuidemos de nuestro niño. Manchará pañales y ropa, que lavaremos en casa con alegría y exhibiremos después con orgullo. No estoy orgulloso, ni quiero enseñaros la caca de mi bebé (ni mis caídas).  Pero si contaros que es un minúsculo precio a cambio de mirar, otra vez, cara a cara a la inocencia perdida: allí donde mora la Esperanza.





        
        




viernes, 14 de junio de 2019

CELOS LITERARIOS Y CELOS EN ZAPATILLAS...






Ayer estuvimos reunidos, como cada Lunes. Y llegué, como cada Lunes, unos minutos tarde, corriendo y al borde de la asfixia, por lo que ya habían empezado, así el tema sobre el que se debatía me cogió por sorpresa: los celos. ¡Ay los celos...!



Lo primero que vino a mi cabeza fue una pregunta un poco friki, cultureta y manida: ¿Que sería de nuestra literatura, nuestra ópera, de la muy nuestra  copla española, de nuestros mitos y leyendas, sin los celos? Recuperado ya de la tontez, reflexioné por territorios trillados. Los celos han sido y siguen siendo, sin duda, fuente de inspiración para artistas, pero también son y han sido siempre el núcleo duro, el meollo, de infinidad de conflictos. Conflictos de pareja, familiares, empresariales y hasta políticos. A menudo trágicos y, a menudo también, disfrazados de otras emociones, de otras motivaciones... 



Imagen relacionadaPero, ¿que hay de esos otros celos más cotidianos, los de casa, esos celos que se sufren en zapatillas? Pues eso: se sufren. No se  experimentan, se viven o se atribuyen. Solo se sufren. Porque los celos, patológicos o no, nunca son una experiencia agradable. Me diréis que existen unos celos naturales, normales, hasta "sanos". Diremos que son parte de nuestra psique: el sentido de posesión. Esto se da entre hermanos, de padres a hijos o viceversa, en el mundo laboral y social.  Cuando el legítimo temor de perder a la persona amada; o el favor del amigo, madre o hermano, compartirla; o simplemente tolerar su independencia, se convierte en fuente de sufrimiento y amargura, podemos decir que los celos han traspasado el umbral de la patología. Es cuestión de grados.

Los testimonios son demoledores, las experiencias terribles y no podemos atribuir claramente quién padece con mayor intensidad las consecuencias. La celotipia -que así la llaman los especialistas- puede coexistir con patologías como el alcoholismo, diversas toxicomanías, depresión y un largo etcétera que forman un cóctel catastrófico y letal. Éstas, a veces, actúan como coadyudante, como desencadenante o como consecuencia. 

Pero ahora, al grano: ¿puede superar un celotípico/a su situación, dejar de sufrir y tener una vida plena y libre? La respuesta es un rotundo sí. Aunque un sí condicional. Y la condición primera y fundamental es el reconocimiento y aceptación por parte del enfermo/a de su problema. Sin este paso previo, nada ni nadie podrá ayudarle -y menos aún a sí mismo/a-. En esto es similar a muchísimas patologías del comportamiento: adicciones, depresiones, etc, en donde la colaboración del enfermo es fundamental. También, como estas, es una enfermedad que afecta gravemente a su entorno cercano, destruyendo familias, parejas y diversos ámbitos sociales, pudiendo llegar a tener fatales desenlaces. Es, otra vez, cuestión de grados. Necesitará, sin duda, ayuda profesional si, tras haber comprendido la situación, queriendo poner remedio, habiendo establecido una comunicación clara, sincera y libre con la persona objeto de sus celos, persiste el deseo de control, las ideaciones delirantes y los característicos "poderes extrasensoriales" de la persona afectada que se resumen en un "...a mi no me engañas, yo sé lo que estás pensando...". Si nada de esto funciona, el celotípico experimentará lo que mas teme -la pérdida de la persona amada- dándose el claro ejemplo de profecía autocumplida.

Pero, ¿los que conviven con una persona celosa, pueden hacer algo? Pues, esta vez, rotundamente no. De lo que se trata es de que la persona se trabaje, supere su inseguridad y asuma gestión de sus emociones. Se le puede apoyar y animar su trabajo, acompañarlo en la búsqueda de ayuda y favorecer la comunicación en la pareja. Lo que nunca podremos hacer es cambiar a la persona ni, mucho menos, cambiar nosotros en su lugar. Y jamás -por el bien de ambos- debemos entrar en el "juego de los celos", ni tolerar actitudes de control, agresivas o de chantaje emocional: ese es un camino que conduce necesariamente al empobrecimiento de la vida de los implicados, incrementando el sufrimiento que se pretende así aliviar. Así que, amigas y amigos, si amáis lo suficiente como para acompañar a esa persona en su camino, ¡estáis de enhorabuena! Porque el Amor, que no es más que amar, es ya por sí una poderosísima herramienta. Amad con inteligencia. Y esto vale para los celos y para todo lo que se os ocurra.

En la foto, una obra de Julio Romero de Torres: "Celos". Una obra terrorífica. La muchacha se ha sentado en un banco tras recoger una fruta del árbol a su espalda. Algo, una visión, la ha interrumpido. La visión, espantosa, la supera y se sienta. Tiene los ojos brillantes y perdidos y, tras ella, se desarrolla la escena que perturba todo su universo. En la mano izquierda sostiene la pieza, clavando con crispación el pulgar sobre su piel. Con la otra mano sostiene una navaja abierta. Y la empuña de manera que no parece la indicada para mondar una fruta. No. Ni siquiera parece que la empuñe ella. Parece que la empuña una negra locura,una sombra de ella misma, y la empuña como herramienta de perdición...











miércoles, 29 de mayo de 2019






AUTOESTIMA Y ESAS COSAS...




Resultado de imagen de autoestima
Me decía el otro día mi amigo Paco, que él, por mucho que se miraba al espejo, no dejaba de ser Paco. Cuando me lo dijo, así a pelo, me quedé un poco rayado:
  - ¿ Eh...? Mmmm... ¡Explícate Paco, que no te pillo!
  - Sí tío, lo que oyes. Ya me he zampado todos los ejercicios de este libro, que dice que todas mis repuestas se encuentran en el espejo...Que todo está dentro de mí. y que me dará las soluciones  que necesito para enderezar mi vida. 
- ¡Ah..! Pero tu vida... ¿estaba torcida?
- Pues parece que sí. He descubierto que no estaba desarrollando mi verdadero yo...
- ¿Pero me hablas en serio...? 
  
Hasta ese momento creía que era uno más de los chistes subrealistas de Paco. Pero no: Paco se había contagiado de esta nueva religión en dónde, de forma sobrenatural, todos los deseos se ven cumplidos por el mero hecho de desearlo. Este pensamiento mágico, sería de gran consuelo, si no llevara aparejada la enorme carga de considerar que, por lo tanto, todo es mi responsabilidad: si no logro tal objetivo, me mejoro en este aspecto o cumplo determinado sueño, es porque no "pienso correctamente". El problema es que esto, como todo error, puede contener una parte de verdad.

Pero el error en todo esto, el error de fondo, puede ser el resultado de una cuestión puramente semántica, al confundir autoestima y auto-confianza. Falsa sinonimia en este caso, porque estima de estimar, puede significar aprecio, consideración, afecto; pero también juzgar, medir,considerar, pensar; y querer, amar, admirar y respetar. Por lo tanto la autoestima sería más bien medirnos, observarnos, conocernos y, tras ello, amarnos y estimarnos (ahora sí). Porque solo se puede amar lo que se conoce y acepta. Incluida la aceptación de nuestras limitaciones y defectos. La autoconfianza, el confiar en mi mismo, es otra cosa. Es el conocimiento del dominio de determinada cualidad o habilidad. Pero te recuerdo que la confianza, con o sin "auto", puede ser traicionada: en este caso por la realidad, que es tozuda, o por nosotros mismos, que también. 

Paco cree que siguiendo el llamado de su corazón, esto es, guiándose exclusivamente por los sentimientos y emociones, por los deseos y expectativas, el universo conspirará a su favor. A ver si nos centramos, Paco: tú que sacaste el bachillerato con nota...¿recuerdas el tamaño del universo? ¿recuerdas tu lugar en él?  ¿Recuerdas también que hay otros Pacos y Pacas? 7000 millones más o menos. Lo que quiere decir que el universo tiene que conspirar en 7000 millones de direcciones diferentes, sin contar con nuestros primos galácticos. O sea... ¡millones de voluntades que consideran que su criterio y su felicidad son los únicos valores seguros!

No. No podemos ser felices totalmente y todo el tiempo. Hay malestar, dolor, miedo y tristeza. Y también renuncias, limitaciones y defectos. Y con todo ello, coordinados con nuestra Libertad, armonizando nuestros sueños con nuestras capacidades, debemos sobrevivir. Lo único que podemos prever, en cualquier caso, es el no tropezar en la misma piedra en la que tropezamos ayer. Con eso ya podemos estar medianamente satisfechos. La vida ya nos traerá nuevas piedras en las que tropezar. Y ahí, la magia no ayuda mucho: lo único que hace es recubrir las piedras de pintura invisible. Incluso a veces, a un alto precio, disimula el dolor y el miedo. Pero "arreglar", lo que se dice arreglar, no arregla nada, porque no hay nada que arreglar. 

Lo que sí reconozco es el desarraigo, el vacío, la sensación de "no estar en casa", el saber que "somos otra cosa"... ¡Pero eso es fantástico, Paco! ¡Lo sientes porque estás vivo! El hambre de infinito y de eternidad no puede ser satisfecha con técnicas. Si un libro de autoayuda tuviese la solución, se habría escrito solo ese. No. Ese hambre solo se cura con Amor. Aunque si creemos que el Amor es un sentimiento, estamos otra vez en el principio, porque nunca encontraremos el Amor sobre unos sentimientos siempre cambiantes...

Yo no tengo consejos que darte ni puedo ofrecerte mas ayuda que la de estar cerca. Lo que sí tengo es mucho cuento. Tanto como para perderme en las "metamorfosis de Picktor", ir "en busca del tiempo perdido", decadente, de Marcel Proust, o jugar con el "Espacio y Tiempo" de Juan Ramón Jiménez. Tiempo, tiempo, tiempo... Es nuestra única propiedad, Paco: el tiempo. Y contra o a favor del tiempo, no hay magia que valga. ¡Y , además, está muy bien ser Paco! A mí, al menos, me gusta el Paco que conozco. Y a la gente que lo quiere, también.









domingo, 26 de mayo de 2019

Thomas Young y los Antonios.


Algunas veces, sin pretenderlo, al buscar una imagen en google, me aparece esta foto que me tomó mi hija, que distribuyó la editorial y que aparece en la solapa de mi último libro. Me veo así, aparecer en los sitios más insospechados y me da cierta sensación de densidad oculta, de contener un secreto que sólo yo conozco. Bueno, yo y la fotógrafa. Alguien dijo de la foto que su autora parecía conocerme muy bien. Y acertó: es mi hija Carmen. De la observación de la foto, “alguien” intuyó una información incompleta, pero veraz. Otros estaban convencidos de que me la había hecho ex-profeso alguien del departamento gráfico, porque era lo normal.  Lo más curioso es que, yo mismo, observando mi propia foto, también “intuyo” realidades ocultas de mi propia persona, pero también me sitúo en la perspectiva de otros observadores, “presintiendo” también sus percepciones sobre mí. Al fin y al cabo todos somos observadores observados. En este caso, en una filigrana intelectual, me coloco en la posición de observar al observador que me observa…
Pero es importante no pensar a priori que la foto me la hizo alguien de la editorial porque “es lo lógico”, “lo normal” o “lo de siempre”... De hecho, nadie sabe -hasta ahora- que tras esa foto, se encuentra una mañana deliciosa, junto a mi hija pequeña -la fotógrafa- y mi pareja. Una mañana de paseo sosegado, de complicidad profunda y de proyectos. Una mañana de poner sobre la mesa nuestros sueños y elegir los más estimulantes para vivirlos cada día...

Veréis. Hace poco he oído una situación que se da en un pueblo de Alicante. Resulta que en las elecciones municipales alguien se percató que, desde 1950, todos los alcaldes de esa población se llaman Antonio. 15 alcaldables de todos los partidos ha tenido desde entonces y todos se han llamado Antonio, y esto, amén de cierta inquietud, me aporta material del que extraer algunas conclusiones. Por ejemplo, que para ser alcalde en Alicante hay que llamarse Antonio. La experiencia y tradición así lo demuestran en este caso. Si el azar -o la preferencia de sus vecinos- sigue insistiendo en la “antoñización” del municipio, seguro que tras unas generaciones, ya tendríamos sesudas tesis doctorales que resaltarían la incuestionable importancia del nombre de pila para el ejercicio de cargo público. Por supuesto, habrá surgido una plataforma de afectados por la elección de nombre de pila que hicieron sus padres: “todos podemos ser Antonio”.  También habría quien sostuviese lo contrario y reclamase una regulación estricta al uso del nombre de Antonio. Así somos.
Muchos de los que pasáis por aquí sabéis -como yo- de lo que estoy hablando: de prejuicios. Pero no de personas, no, sino de prejuzgar la realidad. Queremos que la realidad encaje en nuestros estrechos cajones mentales, que quede todo clasificado y etiquetado, y nos frustramos porque la verdad, al igual que el tiempo, no se deja manipular así. Sobre todo porque, esa misma verdad está, a la vez, intentando ser clasificada -manipulada- por otros millones de observadores-observados que están igual de frustrados.  
Hoy, la ciencia física nos demuestra de forma experimental e incuestionable, que la mera observación de la realidad ya influye sobre ésta. Sí. Como si tuviésemos una suerte de poder mental que modula la realidad con solo observarla. Se le llamó el experimento de la doble rendija. Podréis encontrarlo fácilmente si no lo conocéis. Pero no os hagáis ilusiones respecto a tener poderes sobrenaturales, porque Aristóteles, Descartes, Einstein o Newton siguen siendo muy cabezotas.
Pero no creáis que he tenido ninguna revelación al respecto. Observar al que me observa solo me aclara que existen, quizás, tantos “yo” como personas con las que me he cruzado en la vida. Cada una tiene una foto mía. Quizás me consuele quedándome con las menos agrias y desenfocadas.

Quizás, al final, no sea tan mala idea votar a alguien que se llame Antonio. La verdad, es que al municipio le ha ido bastante bien con la cadena de Antonios que lo han gobernado y, a lo mejor, no es el momento de explorar desconocidos caminos con Pepes, Pacos, o Manolos. Por eso, aunque conozca la verdad, y ésta es que el azar es caprichoso, si eres de los alrededores de Alicante, no lo dudes: ¡vota por un Antonio! Los de otros territorios podemos elegir candidatos con nombres evocadores y románticos. Qué más da. ¡Si sólo son una foto!

jueves, 28 de marzo de 2019

UNA DE LEYES.




Las verdades espirituales, absolutamente,  son leyes. Y como tales, se cumplen inexorablemente: ni el desconocimiento de estas leyes eximen de su cumplimiento, ni la increencia, ni el desapego o la radical repugnancia intelectual que nos produjese la aparente irracionalidad de estas, nos librará de ellas.

Son como la “ley de la gravedad”: si se cree en ella o no carece de importancia porque, si me lanzo al vacío, el castañazo que me daré será colosal. Ahora bien: me diréis que tampoco me ayudará demasiado si, mientras caigo, soy capaz de calcular la aceleración en caída libre y el momento y potencia cinética del impacto…

Vale. Es una verdad que hay muchas personas que bordean el precipicio, incluso sobreviven a una caída, habiéndose saltado a Newton en la secundaria, y les ha bastado con el sentido común. Eso también ocurre con nuestro mundo interior y su reflejo exterior (nuestra vida). Podemos, por ejemplo, llevar una vida mentalmente sana y supuestamente feliz, sin prestar atención a nuestra vida interior más allá de echar, de vez en cuando, un vistazo a nuestro propio ombligo. A veces, a este acto de autoerotismo mental, le llamo introspección, reflexión o cualquier término bonito, y ya quedo satisfecho con mi ego convenientemente enlucido con este “barniz espiritual”, que da brillo a mi interesante personalidad…

No. Volviendo al ejemplo de Newton y sus leyes, su conocimiento no me va a salvar de una eventual “despatarrada” en la calle,  ni de la caída en un precipicio, ni de la posibilidad de que me impacte un meteorito. Aunque las tres podrían ser calculadas con precisión, lo cual tiene su gracia…

Pero las mismas ecuaciones que me permiten anticipar el desastre, me permiten calcular con exactitud que energía necesitaré para levantarme, o la cantidad de combustible que necesitaré para llegar al cielo. De paso, para desviar el jodido meteorito… Quizás para calcular la fuerza necesaria de la patada en el culo que necesitamos, a veces, para saltar por encima de la muralla de nuestro ego.

¿Puedo vivir sin el conocimiento de estas leyes? Si, si confío mi deambular por la vida al puro azar: si, si me conformo con la vida que me ofrece “este mundo”, si me resigno a nacer, crecer, reproducirme y morir, habiendo atesorado algunas experiencias agradables en el camino. Pero no, si lo que deseo en lo más profundo, es volar a las estrellas...

jueves, 21 de marzo de 2019



EL "AUTOROBO" Y EL ROBO DE AUTOS.

Primero y antes que nada, quiero hacer constar que el episodio que aquí se relata, es absolutamente verídico. Obviamente, dada la naturaleza del relato, modifiqué algunos nombres y detalles cuya difusión no creo pertinente, atentaría contra algunos derechos fundamentales y me tendría entretenido una semana mandando mensajes de disculpas.

También comprenderéis que el protagonista no va verificar ni desmentir lo que cuento. En público, al menos. En privado seguro que me corrige algún que otro dato...


Veréis: todo ocurrió hace bastantes años. Por aquella época, en plena euforia constructiva, especulativa y burbujera, muchos profesionales de diversos sectores nos adaptamos rápidamente a la nueva realidad económica: ingenieros, técnicos y pequeños empresarios nos transformamos rápidamente en empresas de servicios a la construcción. En esta vorágine de compras, ventas, construcción, destrucción y especulación, de idas y vueltas de contratos, comisiones y proyectos, estaba mi amigo…¡Pepe! Si. Le vamos a llamar Pepe.

Pues este Pepe, digo, no era constructor ni nada parecido. No. Era -es- un fantástico mecánico, especialista de algunas de las marcas de automóviles más conocidas del mundo de la competición.Compraba, vendía y alquilaba coches muy exclusivos. Y, por aquella época, todo constructor, arquitecto o técnico de cualquier rama que quisiera arriesgarse al éxito, sabía que, tras un par de proyectos ambiciosos, el tercer proyecto se llamaba, indefectiblemente, Bentley, Ferrari o AMG. ¡Y allí estaba Pepe! Para hacer realidad tus sueños…

Si. Era la época del “Huevos de oro” que interpretó Bardem, quizás topicalizado y extremo, pero sin duda ajustado al paradigma de una sociedad que se debatía entre lo hortera, lo delictivo y lo ridículo. Y entre lo privado y lo público. Para los más jóvenes, os cuento que por aquella época, los alcaldes importantes salían en directo por la tele, metido en un jacuzzi y bebiendo champán rodeado de señoritas ligeras de ropa y que muchos de los bodrios urbanísticos, estructuras corruptas y miserias morales que padecéis, proceden de aquella época. Le llamaban la “cultura del pelotazo”.

Pues bien. Estaba Pepe a la “caza” de un importante cargo público, llamémoslo así, sabedor de que éste había estado por su taller indagando sobre los precios de un modelo concreto. Así que, siguiendo su antigua técnica, se hizo el encontradizo en el mejor momento del día: el de el relax, la copa y el “descanso” de la jornada. Lo encontró en unos de los bares de moda del lugar, ya avanzada la tarde y, naturalmente, fué invitado a una copa. Aceptó y tras una conversación pueril fueron al grano: abrió su maletín, y apareció su fascinante catálogo de superdeportivos, clásicos, preparaciones a medida… Ante tal despliegue, no solo impresionó a su posible cliente, sino que suscitó un verdadero interés por parte del resto de contertulios. Obviamente, ante tal perspectiva, Pepe llamó al camarero y pidió que sirviera a todos lo que desearan, a lo que estos accedieron. Ahí empezó todo… 

Las rondas se sucedieron, salieron a probar su propio coche por la urbanización, y volvieron al lugar. Salió un empleado a la puerta para hacerse cargo del vehículo y llevarlo al garaje privado del local, puesto que el parking de la entrada estaba ya completo. Entraron y mientras el ya futuro cliente contaba a los demás las maravillas del modelo, el camarero por orden de unos y otros, seguía llenando las copas -y las bandejas- cuando se acababan. A altas horas de la madrugada y con ese y otros tratos ya cerrados, decidió que ya estaba bastante borracho y así se lo comunicó a su nuevo cliente, pidiéndole este que lo dejara en casa. Aún así pidieron la última, y entre risas y bromas que iban creciendo en intensidad e intimidad, entre gran jolgorio, se despidieron y salieron a la puerta en busca del coche. No estaba. Con la borrachera y la vanidad herida, solo acertó a pensar que algún gilipichis le había gastado una broma. Era fácil, porque los propietarios solían dejar las llaves puestas, para que los empleados del establecimiento los pudiesen mover en caso necesario. En el caso concreto de su coche, no había llave, sino que arrancaba con un botón, como ocurre en algunos vehículos de alta gama. Entró en ira, empezó a hacer cábalas sobre quién podía ser…

         -¿No es ese? -dijo el cliente señalando a uno, que estaba más apartado, del mismo modelo y color. Diré que estos vehículos suelen ser de color rojo.

        -No. No lo es… -añadió Pepe. Pero en ese instante, entre el alcohol, lo que no es alcohol y la chulería sobrevenida con el dinero rápido: 
        -¡Pues nos llevamos ese! Si seguramente lo he vendido yo… ¡A lo mejor ni me lo ha pagado aún! ¡Vamos! Que si pasa algo pago yo... 

El “cargo público” , entre las brumas del alcohol y la noche, tuvo alguna lucidez intelectual momentánea, porque dudó un instante, tartamudeó y puso los ojos como platos, pero se ve que el sentido común le duró poco. Y solo se le ocurrió un fatídico:
          -¡No hay huevos…! 
En ese momento, una potencia desatada, etílica y visceral, poseyó a Pepe, enderezó su cuerpo tambaleante y pronunció como pudo: 
          -¿que huevosh qué? ¡Uh que ma´dishoo..! ¡Amos pa´ya!! 

Y así montaron en el vehículo y salieron, entre bromas, hacia una loca aventura que duró aproximadamente 150 metros. Si. En la primera intersección, vieron las luces azules de un control de la Policía Local y les mudó la cara. Por la mente de Pepe ya pasaba rápidamente la dura condena que le esperaba por robo de un vehículo, conducción temeraria, tasa de alcoholemia, y un largo etcétera. En definitiva el fin de sus proyectos, al menos a medio plazo. A su vez, su acompañante estaba pálido como la muerte de solo imaginarse las portadas de los periódicos del día siguiente: “Fulanito de Tal, detenido por robo y posesión…” 

Pero Pepe pensó rápido: mal, pero rápido. Y en la intersección que había antes de llegar al control, dió un volantazo, entro por ella y dió rienda suelta a toda la caballería que llevaba bajo el capó, hasta llegar al final de la calle sin salida. Pues eso: unos 150 metros. Al momento ya estaban junto a ellos los policías, enfocándolos con sus linternas, e invitándolos a bajar del vehículo con muy poca cortesía. Las explicaciones que intentaron dar en su lamentable estado, no hicieron más que complicar más la cosa, por lo que los llevaron detenidos. Pasaron la noche en los calabozos sin ser muy conscientes de dónde estaban.

A la mañana siguiente, un policía abrió la puerta y les invitó a salir. Al atravesar las distintas estancias de la comisaría, se iba encontrando a diversos policías y empleados que lo saludaban con amabilidad… Pero Pepe, que a pesar de la resaca y el dolor de cabeza seguía teniendo un olfato fino, notaba cierta socarronería, un aire guasón mas que amable, en las miradas. Entró en una sala y se sintió aliviado: había venido a recogerlo el gerente de su tienda.. ¡que tenía la misma cara guasona del resto! Le ofrecieron un papel para firmar y sólo le dijeron: 
           -Firme aquí. -Y añadió: 
       -¡...y tenga más cuidado la próxima vez ! Por cierto, en la entrada le darán las llaves del coche. Está en el depósito municipal. 

No entendía nada… Pero su empleado, con una sonrisa de cara completa, se lo explicó: 
         -Jefe, yo sé que Ud. cree lo que cree, pero no ocurrió nada de lo que cree. De hecho, ¡Yo no me lo puedo creer…! -y estalló en una carcajada que casi lo tumba en el suelo. 
         -Pues yo no entiendo nada… - Y como pudo, entre suspiros y con los ojos llenos de lágrimas: 
        -¡Ay! ¡Por Dios! - hizo una pausa para respirar- Pues es muy sencillo. Es que… -Y volvió a un ataque descontrolado de risa... 

Veréis, amigos, os lo cuento yo, porque este empleado está incapacitado por la risa histérica para contaros nada: resulta que, tras comprobar la documentación del vehículo y la suya propia, comprobaron que el vehículo era de su propiedad. Estaba alquilado y, horas antes, lo habían dejado allí tras finalizar, de acuerdo con un empleado... ¡Había robado su propio coche!

Al final todo quedó en una multa por la tasa de alcoholemia, que no eran tan serias como hoy en día, y en el cachondeo general de sus amiguetes -entre los que me encuentro aún, creo..- El asunto de su compañero y de algunas “cosillas” que aparecieron en sus bolsillos, parece que quedó en nada tras una llamada hecha desde un jacuzzi… 

Esta experiencia supuso a Pepe un punto de inflexión, una señal: quizás los caminos que estaba eligiendo le llevaban a una calle sin salida. A él, le sirvieron. Se ahorró así una escalada de aventuras que tendrían, cada vez, menos gracia… De hecho, quitando ésta y alguna otra, la mayoría de las que conozco, no tienen ninguna. Gracia, digo.












martes, 19 de marzo de 2019

                                            UNA TARDE CUALQUIERA.


Hoy ha sido intensa. La reunión terapéutica, digo. Quizás por momentos claustrofóbica: encerrados en nosotros mismos, creyéndonos únicos y especiales, nos experimentamos cobardes, constantemente agredidos, ninguneados, amenazados, ofendidos... Y es que fuera del grupo, a veces, ¡hace tanto frío!                   
  
Hoy, ha arrancado un compañero hablando de sus intentos de suicidio. Así, a pelo. Y así, a pelo, ha resultado ser una bofetada nada cariñosa a mi soberbia, mi autosuficiencia y mi vanidad. Vuelvo a recordar que, por muchas metas alcanzadas, por muchas veinticuatro horas de abstinencia que haya acumulado, estoy y estaré siempre a 50 centímetros del desastre: la medida de mi antebrazo, que es la distancia entre mi boca y una copa. Solo desde la aceptación de esa realidad puedo construir algo sólido en mi vida.


También se habló de celos... ¡Ay los celos! Sentimiento tan literario como destructivo, la celotipia, como cualquier desorden emocional y psicológico, llega a ser causa de una profunda infelicidad. Además tiene similitudes con el alcoholismo en cuanto que es una enfermedad progresiva y, al igual que esta, también puede llegar a ser mortal. Tiene otra similitud: transciende al propio enfermo/a y afecta gravemente a su círculo  más cercano. Por ello, cuando se convive con una persona celosa, debemos tener en cuenta, sobre todo, con una persona que tiene miedo: al rechazo, a "no ser suficiente", a la soledad, al engaño... Es, básicamente, un problema de autoestima. Aunque los celos delirantes pueden formar parte de la colección de problemas del alcohólico activo, es importante que no olvidemos que, cuando afectan a la pareja del enfermo,  es también una persona co-enferma, con todo lo que esto significa. 

Y de los hijos. También hablamos de los hijos. Aunque de este tema, largo y farragoso, creo que haré alguna que otra entrada específica más adelante: lo espinoso del tema merecerá reuniones al efecto, que me revelen experiencias y testimonios que aclararán algunas oscuridades. Ya os contaré.

Y de lo que menos se habló, fue del tema de hoy: logros y metas. Seguramente se habló menos de ello porque todos estábamos de acuerdo en que nuestras metas estaban logradas al menos por hoy: vivir un día más. Pero no de cualquier manera: únicamente de la manera que, libres y conscientes, hayamos elegido.

Al final he salido con la sensación de que por algún sitio se me ha pinchado el ego y, cuando me he visto chorreando, desparramado fuera de mí, me he dado cuenta de que no era el señor de ningún castillo. Menos aún del "Castillo Interior"  de Teresa de Jesús, vacío de deseos y lleno de Esperanza. No. He visto "mi casa" desde afuera. Y me he visto mas bien como el vecino huraño, egoísta, asustado y escondido de un minúsculo apartamento-celda, rodeado de miles de vecinos que también creen ser señores de algún castillo, hacinados todos en el feo barrio de los convencionalismos...



                                                         

domingo, 17 de marzo de 2019

¿Habrá alguien ahí? ¿Cómo será? ¿Qué le animará en su vida? ¿Que grandezas y miserias guardará en su alma?

Me preguntaba yo estas cosas, bien entrado el día, mientras el aroma de la cocción de una coliflor inundaba la casa y yo peleaba  con una dorada, que me mordía a traición después de muerta. Si os preguntáis como pude acabar con el dedo aprisionado entre los dientes de una dorada bien muerta, os advierto que compartimos la curiosidad. Pero, ¡Tengo tanta curiosidad para compartir!



Por eso me fascina pensar en "que hay" al otro lado de cualquier hilo de comunicación. Sobre todo, en este tipo de medios, en dónde el emisor emite "como voz que clama en el desierto"; como un mensaje en la botella; como una llamada en lo profundo del bosque, quedándome  en silencio después, a la espera de una lejana voz de respuesta.

Yo mismo fui un día voz lejana, expectante, llamada desesperada a veces. De llamada disfrazada de chiste fácil, de comentario mordaz o de descreimiento absoluto. Llamada que, en apariencia ácida y picantona, no resultaba más que agria y amarga. A veces, mis palabras tenían un gusto dulce y daban calidez al estómago. ¡Apariencia otra vez! Porque eran palabras que pretendían ser "el librito". Un remedo del "librito"  terrible que, al devorarlo, "será dulce al paladar pero te amargará en el estómago".  Un librito que terminó siendo http://El cajón de las palabras usadas  en dónde volcaba las palabras que ya no servían, desgastadas por el mal uso, vacías ya de alma...

Todos deseamos componer nuestro librito. Ese manual universal que es la solución a todos los males de este mundo. Y digo todos: unos por amor a la humanidad, otros por egolatría suprema. Si queremos comprobarlo, prestemos atención en cualquier tertulia de taberna, y comprobaremos que todos tenemos la solución para todos los problemas. O eso creemos cuándo se nos sube el ego o la tasa de alcoholemia.
Yo no. Yo sólo voy encontrando algunas soluciones para eso que se llama José Antonio Pérez. Bueno, y para lo de la coliflor también, porque he descubierto que el olor se evita muy fácilmente con un chorrito de limón o vinagre. Lo del ataque de las doradas zombis, creedme, sigue siendo un misterio para mí...