jueves, 28 de marzo de 2019

UNA DE LEYES.




Las verdades espirituales, absolutamente,  son leyes. Y como tales, se cumplen inexorablemente: ni el desconocimiento de estas leyes eximen de su cumplimiento, ni la increencia, ni el desapego o la radical repugnancia intelectual que nos produjese la aparente irracionalidad de estas, nos librará de ellas.

Son como la “ley de la gravedad”: si se cree en ella o no carece de importancia porque, si me lanzo al vacío, el castañazo que me daré será colosal. Ahora bien: me diréis que tampoco me ayudará demasiado si, mientras caigo, soy capaz de calcular la aceleración en caída libre y el momento y potencia cinética del impacto…

Vale. Es una verdad que hay muchas personas que bordean el precipicio, incluso sobreviven a una caída, habiéndose saltado a Newton en la secundaria, y les ha bastado con el sentido común. Eso también ocurre con nuestro mundo interior y su reflejo exterior (nuestra vida). Podemos, por ejemplo, llevar una vida mentalmente sana y supuestamente feliz, sin prestar atención a nuestra vida interior más allá de echar, de vez en cuando, un vistazo a nuestro propio ombligo. A veces, a este acto de autoerotismo mental, le llamo introspección, reflexión o cualquier término bonito, y ya quedo satisfecho con mi ego convenientemente enlucido con este “barniz espiritual”, que da brillo a mi interesante personalidad…

No. Volviendo al ejemplo de Newton y sus leyes, su conocimiento no me va a salvar de una eventual “despatarrada” en la calle,  ni de la caída en un precipicio, ni de la posibilidad de que me impacte un meteorito. Aunque las tres podrían ser calculadas con precisión, lo cual tiene su gracia…

Pero las mismas ecuaciones que me permiten anticipar el desastre, me permiten calcular con exactitud que energía necesitaré para levantarme, o la cantidad de combustible que necesitaré para llegar al cielo. De paso, para desviar el jodido meteorito… Quizás para calcular la fuerza necesaria de la patada en el culo que necesitamos, a veces, para saltar por encima de la muralla de nuestro ego.

¿Puedo vivir sin el conocimiento de estas leyes? Si, si confío mi deambular por la vida al puro azar: si, si me conformo con la vida que me ofrece “este mundo”, si me resigno a nacer, crecer, reproducirme y morir, habiendo atesorado algunas experiencias agradables en el camino. Pero no, si lo que deseo en lo más profundo, es volar a las estrellas...

jueves, 21 de marzo de 2019



EL "AUTOROBO" Y EL ROBO DE AUTOS.

Primero y antes que nada, quiero hacer constar que el episodio que aquí se relata, es absolutamente verídico. Obviamente, dada la naturaleza del relato, modifiqué algunos nombres y detalles cuya difusión no creo pertinente, atentaría contra algunos derechos fundamentales y me tendría entretenido una semana mandando mensajes de disculpas.

También comprenderéis que el protagonista no va verificar ni desmentir lo que cuento. En público, al menos. En privado seguro que me corrige algún que otro dato...


Veréis: todo ocurrió hace bastantes años. Por aquella época, en plena euforia constructiva, especulativa y burbujera, muchos profesionales de diversos sectores nos adaptamos rápidamente a la nueva realidad económica: ingenieros, técnicos y pequeños empresarios nos transformamos rápidamente en empresas de servicios a la construcción. En esta vorágine de compras, ventas, construcción, destrucción y especulación, de idas y vueltas de contratos, comisiones y proyectos, estaba mi amigo…¡Pepe! Si. Le vamos a llamar Pepe.

Pues este Pepe, digo, no era constructor ni nada parecido. No. Era -es- un fantástico mecánico, especialista de algunas de las marcas de automóviles más conocidas del mundo de la competición.Compraba, vendía y alquilaba coches muy exclusivos. Y, por aquella época, todo constructor, arquitecto o técnico de cualquier rama que quisiera arriesgarse al éxito, sabía que, tras un par de proyectos ambiciosos, el tercer proyecto se llamaba, indefectiblemente, Bentley, Ferrari o AMG. ¡Y allí estaba Pepe! Para hacer realidad tus sueños…

Si. Era la época del “Huevos de oro” que interpretó Bardem, quizás topicalizado y extremo, pero sin duda ajustado al paradigma de una sociedad que se debatía entre lo hortera, lo delictivo y lo ridículo. Y entre lo privado y lo público. Para los más jóvenes, os cuento que por aquella época, los alcaldes importantes salían en directo por la tele, metido en un jacuzzi y bebiendo champán rodeado de señoritas ligeras de ropa y que muchos de los bodrios urbanísticos, estructuras corruptas y miserias morales que padecéis, proceden de aquella época. Le llamaban la “cultura del pelotazo”.

Pues bien. Estaba Pepe a la “caza” de un importante cargo público, llamémoslo así, sabedor de que éste había estado por su taller indagando sobre los precios de un modelo concreto. Así que, siguiendo su antigua técnica, se hizo el encontradizo en el mejor momento del día: el de el relax, la copa y el “descanso” de la jornada. Lo encontró en unos de los bares de moda del lugar, ya avanzada la tarde y, naturalmente, fué invitado a una copa. Aceptó y tras una conversación pueril fueron al grano: abrió su maletín, y apareció su fascinante catálogo de superdeportivos, clásicos, preparaciones a medida… Ante tal despliegue, no solo impresionó a su posible cliente, sino que suscitó un verdadero interés por parte del resto de contertulios. Obviamente, ante tal perspectiva, Pepe llamó al camarero y pidió que sirviera a todos lo que desearan, a lo que estos accedieron. Ahí empezó todo… 

Las rondas se sucedieron, salieron a probar su propio coche por la urbanización, y volvieron al lugar. Salió un empleado a la puerta para hacerse cargo del vehículo y llevarlo al garaje privado del local, puesto que el parking de la entrada estaba ya completo. Entraron y mientras el ya futuro cliente contaba a los demás las maravillas del modelo, el camarero por orden de unos y otros, seguía llenando las copas -y las bandejas- cuando se acababan. A altas horas de la madrugada y con ese y otros tratos ya cerrados, decidió que ya estaba bastante borracho y así se lo comunicó a su nuevo cliente, pidiéndole este que lo dejara en casa. Aún así pidieron la última, y entre risas y bromas que iban creciendo en intensidad e intimidad, entre gran jolgorio, se despidieron y salieron a la puerta en busca del coche. No estaba. Con la borrachera y la vanidad herida, solo acertó a pensar que algún gilipichis le había gastado una broma. Era fácil, porque los propietarios solían dejar las llaves puestas, para que los empleados del establecimiento los pudiesen mover en caso necesario. En el caso concreto de su coche, no había llave, sino que arrancaba con un botón, como ocurre en algunos vehículos de alta gama. Entró en ira, empezó a hacer cábalas sobre quién podía ser…

         -¿No es ese? -dijo el cliente señalando a uno, que estaba más apartado, del mismo modelo y color. Diré que estos vehículos suelen ser de color rojo.

        -No. No lo es… -añadió Pepe. Pero en ese instante, entre el alcohol, lo que no es alcohol y la chulería sobrevenida con el dinero rápido: 
        -¡Pues nos llevamos ese! Si seguramente lo he vendido yo… ¡A lo mejor ni me lo ha pagado aún! ¡Vamos! Que si pasa algo pago yo... 

El “cargo público” , entre las brumas del alcohol y la noche, tuvo alguna lucidez intelectual momentánea, porque dudó un instante, tartamudeó y puso los ojos como platos, pero se ve que el sentido común le duró poco. Y solo se le ocurrió un fatídico:
          -¡No hay huevos…! 
En ese momento, una potencia desatada, etílica y visceral, poseyó a Pepe, enderezó su cuerpo tambaleante y pronunció como pudo: 
          -¿que huevosh qué? ¡Uh que ma´dishoo..! ¡Amos pa´ya!! 

Y así montaron en el vehículo y salieron, entre bromas, hacia una loca aventura que duró aproximadamente 150 metros. Si. En la primera intersección, vieron las luces azules de un control de la Policía Local y les mudó la cara. Por la mente de Pepe ya pasaba rápidamente la dura condena que le esperaba por robo de un vehículo, conducción temeraria, tasa de alcoholemia, y un largo etcétera. En definitiva el fin de sus proyectos, al menos a medio plazo. A su vez, su acompañante estaba pálido como la muerte de solo imaginarse las portadas de los periódicos del día siguiente: “Fulanito de Tal, detenido por robo y posesión…” 

Pero Pepe pensó rápido: mal, pero rápido. Y en la intersección que había antes de llegar al control, dió un volantazo, entro por ella y dió rienda suelta a toda la caballería que llevaba bajo el capó, hasta llegar al final de la calle sin salida. Pues eso: unos 150 metros. Al momento ya estaban junto a ellos los policías, enfocándolos con sus linternas, e invitándolos a bajar del vehículo con muy poca cortesía. Las explicaciones que intentaron dar en su lamentable estado, no hicieron más que complicar más la cosa, por lo que los llevaron detenidos. Pasaron la noche en los calabozos sin ser muy conscientes de dónde estaban.

A la mañana siguiente, un policía abrió la puerta y les invitó a salir. Al atravesar las distintas estancias de la comisaría, se iba encontrando a diversos policías y empleados que lo saludaban con amabilidad… Pero Pepe, que a pesar de la resaca y el dolor de cabeza seguía teniendo un olfato fino, notaba cierta socarronería, un aire guasón mas que amable, en las miradas. Entró en una sala y se sintió aliviado: había venido a recogerlo el gerente de su tienda.. ¡que tenía la misma cara guasona del resto! Le ofrecieron un papel para firmar y sólo le dijeron: 
           -Firme aquí. -Y añadió: 
       -¡...y tenga más cuidado la próxima vez ! Por cierto, en la entrada le darán las llaves del coche. Está en el depósito municipal. 

No entendía nada… Pero su empleado, con una sonrisa de cara completa, se lo explicó: 
         -Jefe, yo sé que Ud. cree lo que cree, pero no ocurrió nada de lo que cree. De hecho, ¡Yo no me lo puedo creer…! -y estalló en una carcajada que casi lo tumba en el suelo. 
         -Pues yo no entiendo nada… - Y como pudo, entre suspiros y con los ojos llenos de lágrimas: 
        -¡Ay! ¡Por Dios! - hizo una pausa para respirar- Pues es muy sencillo. Es que… -Y volvió a un ataque descontrolado de risa... 

Veréis, amigos, os lo cuento yo, porque este empleado está incapacitado por la risa histérica para contaros nada: resulta que, tras comprobar la documentación del vehículo y la suya propia, comprobaron que el vehículo era de su propiedad. Estaba alquilado y, horas antes, lo habían dejado allí tras finalizar, de acuerdo con un empleado... ¡Había robado su propio coche!

Al final todo quedó en una multa por la tasa de alcoholemia, que no eran tan serias como hoy en día, y en el cachondeo general de sus amiguetes -entre los que me encuentro aún, creo..- El asunto de su compañero y de algunas “cosillas” que aparecieron en sus bolsillos, parece que quedó en nada tras una llamada hecha desde un jacuzzi… 

Esta experiencia supuso a Pepe un punto de inflexión, una señal: quizás los caminos que estaba eligiendo le llevaban a una calle sin salida. A él, le sirvieron. Se ahorró así una escalada de aventuras que tendrían, cada vez, menos gracia… De hecho, quitando ésta y alguna otra, la mayoría de las que conozco, no tienen ninguna. Gracia, digo.












martes, 19 de marzo de 2019

                                            UNA TARDE CUALQUIERA.


Hoy ha sido intensa. La reunión terapéutica, digo. Quizás por momentos claustrofóbica: encerrados en nosotros mismos, creyéndonos únicos y especiales, nos experimentamos cobardes, constantemente agredidos, ninguneados, amenazados, ofendidos... Y es que fuera del grupo, a veces, ¡hace tanto frío!                   
  
Hoy, ha arrancado un compañero hablando de sus intentos de suicidio. Así, a pelo. Y así, a pelo, ha resultado ser una bofetada nada cariñosa a mi soberbia, mi autosuficiencia y mi vanidad. Vuelvo a recordar que, por muchas metas alcanzadas, por muchas veinticuatro horas de abstinencia que haya acumulado, estoy y estaré siempre a 50 centímetros del desastre: la medida de mi antebrazo, que es la distancia entre mi boca y una copa. Solo desde la aceptación de esa realidad puedo construir algo sólido en mi vida.


También se habló de celos... ¡Ay los celos! Sentimiento tan literario como destructivo, la celotipia, como cualquier desorden emocional y psicológico, llega a ser causa de una profunda infelicidad. Además tiene similitudes con el alcoholismo en cuanto que es una enfermedad progresiva y, al igual que esta, también puede llegar a ser mortal. Tiene otra similitud: transciende al propio enfermo/a y afecta gravemente a su círculo  más cercano. Por ello, cuando se convive con una persona celosa, debemos tener en cuenta, sobre todo, con una persona que tiene miedo: al rechazo, a "no ser suficiente", a la soledad, al engaño... Es, básicamente, un problema de autoestima. Aunque los celos delirantes pueden formar parte de la colección de problemas del alcohólico activo, es importante que no olvidemos que, cuando afectan a la pareja del enfermo,  es también una persona co-enferma, con todo lo que esto significa. 

Y de los hijos. También hablamos de los hijos. Aunque de este tema, largo y farragoso, creo que haré alguna que otra entrada específica más adelante: lo espinoso del tema merecerá reuniones al efecto, que me revelen experiencias y testimonios que aclararán algunas oscuridades. Ya os contaré.

Y de lo que menos se habló, fue del tema de hoy: logros y metas. Seguramente se habló menos de ello porque todos estábamos de acuerdo en que nuestras metas estaban logradas al menos por hoy: vivir un día más. Pero no de cualquier manera: únicamente de la manera que, libres y conscientes, hayamos elegido.

Al final he salido con la sensación de que por algún sitio se me ha pinchado el ego y, cuando me he visto chorreando, desparramado fuera de mí, me he dado cuenta de que no era el señor de ningún castillo. Menos aún del "Castillo Interior"  de Teresa de Jesús, vacío de deseos y lleno de Esperanza. No. He visto "mi casa" desde afuera. Y me he visto mas bien como el vecino huraño, egoísta, asustado y escondido de un minúsculo apartamento-celda, rodeado de miles de vecinos que también creen ser señores de algún castillo, hacinados todos en el feo barrio de los convencionalismos...



                                                         

domingo, 17 de marzo de 2019

¿Habrá alguien ahí? ¿Cómo será? ¿Qué le animará en su vida? ¿Que grandezas y miserias guardará en su alma?

Me preguntaba yo estas cosas, bien entrado el día, mientras el aroma de la cocción de una coliflor inundaba la casa y yo peleaba  con una dorada, que me mordía a traición después de muerta. Si os preguntáis como pude acabar con el dedo aprisionado entre los dientes de una dorada bien muerta, os advierto que compartimos la curiosidad. Pero, ¡Tengo tanta curiosidad para compartir!



Por eso me fascina pensar en "que hay" al otro lado de cualquier hilo de comunicación. Sobre todo, en este tipo de medios, en dónde el emisor emite "como voz que clama en el desierto"; como un mensaje en la botella; como una llamada en lo profundo del bosque, quedándome  en silencio después, a la espera de una lejana voz de respuesta.

Yo mismo fui un día voz lejana, expectante, llamada desesperada a veces. De llamada disfrazada de chiste fácil, de comentario mordaz o de descreimiento absoluto. Llamada que, en apariencia ácida y picantona, no resultaba más que agria y amarga. A veces, mis palabras tenían un gusto dulce y daban calidez al estómago. ¡Apariencia otra vez! Porque eran palabras que pretendían ser "el librito". Un remedo del "librito"  terrible que, al devorarlo, "será dulce al paladar pero te amargará en el estómago".  Un librito que terminó siendo http://El cajón de las palabras usadas  en dónde volcaba las palabras que ya no servían, desgastadas por el mal uso, vacías ya de alma...

Todos deseamos componer nuestro librito. Ese manual universal que es la solución a todos los males de este mundo. Y digo todos: unos por amor a la humanidad, otros por egolatría suprema. Si queremos comprobarlo, prestemos atención en cualquier tertulia de taberna, y comprobaremos que todos tenemos la solución para todos los problemas. O eso creemos cuándo se nos sube el ego o la tasa de alcoholemia.
Yo no. Yo sólo voy encontrando algunas soluciones para eso que se llama José Antonio Pérez. Bueno, y para lo de la coliflor también, porque he descubierto que el olor se evita muy fácilmente con un chorrito de limón o vinagre. Lo del ataque de las doradas zombis, creedme, sigue siendo un misterio para mí...