EL "AUTOROBO" Y EL ROBO DE AUTOS.
Primero y antes que nada, quiero hacer constar que el episodio que aquí se relata, es absolutamente verídico. Obviamente, dada la naturaleza del relato, modifiqué algunos nombres y detalles cuya difusión no creo pertinente, atentaría contra algunos derechos fundamentales y me tendría entretenido una semana mandando mensajes de disculpas.
También comprenderéis que el protagonista no va verificar ni desmentir lo que cuento. En público, al menos. En privado seguro que me corrige algún que otro dato...
Veréis: todo ocurrió hace bastantes años. Por aquella época, en plena euforia constructiva, especulativa y burbujera, muchos profesionales de diversos sectores nos adaptamos rápidamente a la nueva realidad económica: ingenieros, técnicos y pequeños empresarios nos transformamos rápidamente en empresas de servicios a la construcción. En esta vorágine de compras, ventas, construcción, destrucción y especulación, de idas y vueltas de contratos, comisiones y proyectos, estaba mi amigo…¡Pepe! Si. Le vamos a llamar Pepe.
Pues este Pepe, digo, no era constructor ni nada parecido. No. Era -es- un fantástico mecánico, especialista de algunas de las marcas de automóviles más conocidas del mundo de la competición.Compraba, vendía y alquilaba coches muy exclusivos. Y, por aquella época, todo constructor, arquitecto o técnico de cualquier rama que quisiera arriesgarse al éxito, sabía que, tras un par de proyectos ambiciosos, el tercer proyecto se llamaba, indefectiblemente, Bentley, Ferrari o AMG. ¡Y allí estaba Pepe! Para hacer realidad tus sueños…
Si. Era la época del “Huevos de oro” que interpretó Bardem, quizás topicalizado y extremo, pero sin duda ajustado al paradigma de una sociedad que se debatía entre lo hortera, lo delictivo y lo ridículo. Y entre lo privado y lo público. Para los más jóvenes, os cuento que por aquella época, los alcaldes importantes salían en directo por la tele, metido en un jacuzzi y bebiendo champán rodeado de señoritas ligeras de ropa y que muchos de los bodrios urbanísticos, estructuras corruptas y miserias morales que padecéis, proceden de aquella época. Le llamaban la “cultura del pelotazo”.
Pues bien. Estaba Pepe a la “caza” de un importante cargo público, llamémoslo así, sabedor de que éste había estado por su taller indagando sobre los precios de un modelo concreto. Así que, siguiendo su antigua técnica, se hizo el encontradizo en el mejor momento del día: el de el relax, la copa y el “descanso” de la jornada. Lo encontró en unos de los bares de moda del lugar, ya avanzada la tarde y, naturalmente, fué invitado a una copa. Aceptó y tras una conversación pueril fueron al grano: abrió su maletín, y apareció su fascinante catálogo de superdeportivos, clásicos, preparaciones a medida… Ante tal despliegue, no solo impresionó a su posible cliente, sino que suscitó un verdadero interés por parte del resto de contertulios. Obviamente, ante tal perspectiva, Pepe llamó al camarero y pidió que sirviera a todos lo que desearan, a lo que estos accedieron. Ahí empezó todo…
Las rondas se sucedieron, salieron a probar su propio coche por la urbanización, y volvieron al lugar. Salió un empleado a la puerta para hacerse cargo del vehículo y llevarlo al garaje privado del local, puesto que el parking de la entrada estaba ya completo. Entraron y mientras el ya futuro cliente contaba a los demás las maravillas del modelo, el camarero por orden de unos y otros, seguía llenando las copas -y las bandejas- cuando se acababan. A altas horas de la madrugada y con ese y otros tratos ya cerrados, decidió que ya estaba bastante borracho y así se lo comunicó a su nuevo cliente, pidiéndole este que lo dejara en casa. Aún así pidieron la última, y entre risas y bromas que iban creciendo en intensidad e intimidad, entre gran jolgorio, se despidieron y salieron a la puerta en busca del coche. No estaba. Con la borrachera y la vanidad herida, solo acertó a pensar que algún gilipichis le había gastado una broma. Era fácil, porque los propietarios solían dejar las llaves puestas, para que los empleados del establecimiento los pudiesen mover en caso necesario. En el caso concreto de su coche, no había llave, sino que arrancaba con un botón, como ocurre en algunos vehículos de alta gama. Entró en ira, empezó a hacer cábalas sobre quién podía ser…
-¿No es ese? -dijo el cliente señalando a uno, que estaba más apartado, del mismo modelo y color. Diré que estos vehículos suelen ser de color rojo.
-No. No lo es… -añadió Pepe. Pero en ese instante, entre el alcohol, lo que no es alcohol y la chulería sobrevenida con el dinero rápido:
-¡Pues nos llevamos ese! Si seguramente lo he vendido yo… ¡A lo mejor ni me lo ha pagado aún! ¡Vamos! Que si pasa algo pago yo...
El “cargo público” , entre las brumas del alcohol y la noche, tuvo alguna lucidez intelectual momentánea, porque dudó un instante, tartamudeó y puso los ojos como platos, pero se ve que el sentido común le duró poco. Y solo se le ocurrió un fatídico:
-¡No hay huevos…!
En ese momento, una potencia desatada, etílica y visceral, poseyó a Pepe, enderezó su cuerpo tambaleante y pronunció como pudo:
-¿que huevosh qué? ¡Uh que ma´dishoo..! ¡Amos pa´ya!!
Y así montaron en el vehículo y salieron, entre bromas, hacia una loca aventura que duró aproximadamente 150 metros. Si. En la primera intersección, vieron las luces azules de un control de la Policía Local y les mudó la cara. Por la mente de Pepe ya pasaba rápidamente la dura condena que le esperaba por robo de un vehículo, conducción temeraria, tasa de alcoholemia, y un largo etcétera. En definitiva el fin de sus proyectos, al menos a medio plazo. A su vez, su acompañante estaba pálido como la muerte de solo imaginarse las portadas de los periódicos del día siguiente: “Fulanito de Tal, detenido por robo y posesión…”
Pero Pepe pensó rápido: mal, pero rápido. Y en la intersección que había antes de llegar al control, dió un volantazo, entro por ella y dió rienda suelta a toda la caballería que llevaba bajo el capó, hasta llegar al final de la calle sin salida. Pues eso: unos 150 metros. Al momento ya estaban junto a ellos los policías, enfocándolos con sus linternas, e invitándolos a bajar del vehículo con muy poca cortesía. Las explicaciones que intentaron dar en su lamentable estado, no hicieron más que complicar más la cosa, por lo que los llevaron detenidos. Pasaron la noche en los calabozos sin ser muy conscientes de dónde estaban.
A la mañana siguiente, un policía abrió la puerta y les invitó a salir. Al atravesar las distintas estancias de la comisaría, se iba encontrando a diversos policías y empleados que lo saludaban con amabilidad… Pero Pepe, que a pesar de la resaca y el dolor de cabeza seguía teniendo un olfato fino, notaba cierta socarronería, un aire guasón mas que amable, en las miradas. Entró en una sala y se sintió aliviado: había venido a recogerlo el gerente de su tienda.. ¡que tenía la misma cara guasona del resto! Le ofrecieron un papel para firmar y sólo le dijeron:
-Firme aquí. -Y añadió:
-¡...y tenga más cuidado la próxima vez ! Por cierto, en la entrada le darán las llaves del coche. Está en el depósito municipal.
No entendía nada… Pero su empleado, con una sonrisa de cara completa, se lo explicó:
-Jefe, yo sé que Ud. cree lo que cree, pero no ocurrió nada de lo que cree. De hecho, ¡Yo no me lo puedo creer…! -y estalló en una carcajada que casi lo tumba en el suelo.
-Pues yo no entiendo nada… - Y como pudo, entre suspiros y con los ojos llenos de lágrimas:
-¡Ay! ¡Por Dios! - hizo una pausa para respirar- Pues es muy sencillo. Es que… -Y volvió a un ataque descontrolado de risa...
Veréis, amigos, os lo cuento yo, porque este empleado está incapacitado por la risa histérica para contaros nada: resulta que, tras comprobar la documentación del vehículo y la suya propia, comprobaron que el vehículo era de su propiedad. Estaba alquilado y, horas antes, lo habían dejado allí tras finalizar, de acuerdo con un empleado... ¡Había robado su propio coche!
Al final todo quedó en una multa por la tasa de alcoholemia, que no eran tan serias como hoy en día, y en el cachondeo general de sus amiguetes -entre los que me encuentro aún, creo..- El asunto de su compañero y de algunas “cosillas” que aparecieron en sus bolsillos, parece que quedó en nada tras una llamada hecha desde un jacuzzi…
Esta experiencia supuso a Pepe un punto de inflexión, una señal: quizás los caminos que estaba eligiendo le llevaban a una calle sin salida. A él, le sirvieron. Se ahorró así una escalada de aventuras que tendrían, cada vez, menos gracia… De hecho, quitando ésta y alguna otra, la mayoría de las que conozco, no tienen ninguna. Gracia, digo.